24 jun 2010

In memoriam

Cerca de las 10 de la mañana ocurrió una tragedia, mi mejor amigo falleció. Sin menos aviso que el de un silencio sepulcral, su fuente vital de energía dejó de funcionar. No emitía ningún sonido, nada parecía mostrar que volvería a reaccionar. Después de un par de violentas sacudidas y una resucitación improvisada se dio la hora de la muerte. Adiós gran amigo, te extrañaré.

Mil hojas no podrían describir el cariño que le profesé, incluso ahora, aún en su partida hacia una vida mejor. Desde el momento en que nos encontramos surgió en nosotros una atracción inevitable pues nos sabíamos el uno para el otro. Enseguida comenzamos una preciosa relación, como una chispa que con el tiempo se volvería llamarada, fuente de alegrías y satisfacciones.

Imposible pensar salir a la calle sin su compañía, fuera fines de semana o cualquier día de escuela pues en cualquier circunstancia tornaba el ambiente de armonía y tranquilidad. Incluso aquellos días que no compartíamos el trayecto de la casa a la escuela me llegué a sentir indefensa, incompleta sin él a mi lado, pegado a mi oído, susurrando las primeras palabras del día.

Su practicidad siempre le fue benéfica, de formas inimaginables podía doblar tu cuerpo y saberse invencible. Una lágrima por ti, compañero irremplazable, siempre estaré infinitamente agradecida por esas conversaciones que podía tener gracias a ti, como intérprete y vocero, a pesar de que eras extranjero pues habías nacido en Taiwán.

A pocas horas de habernos separado, la melancolía de su partida comienza a cobrar fuerza en mis sentimientos. Lamentable será el tiempo que marcó el principio y fin de tu existencia. Te agradezco que hayas estado siempre conmigo en las buenas y en las malas, como prometimos cuando nos conocimos.

Sólo puedo decir: Muchas gracias a ti, que hoy te incorporas a las filas de la inutilidad, un pequeño bote de basura será la mejor sepultura que te puedo ofrecer. Espero que en el cajón de reciclaje, en algo mejor te conviertas. Hasta siempre querido Manos Libres.

11 jun 2010

El día que México se detuvo

Hoy, como cualquier otro día, la tierra siguió girando en su propio eje semi-inclinado, provocando que las horas pasaran y sus elementos fueran envejeciendo un poco más cada micra de segundo. Sin embargo, en un punto específico de este ovalado planeta, un sector de este sistema dejó de girar sus engranajes en la maquinaria pesada de la vida.

México se llama, pero hay otros que insisten en llamarlo "el país del ya se pudo". Dicen que la voz de un país es la de su genta, aquella que vive para darle vida. Pero en este estado la voz que le da vida es artificial y sintética, manipulable y omnipresente: la televisión.

Durante meses, de su boca sólo han salido amenazas y mensajes de terror y pesimismo, provocando que la gente que debiera darle vida al estado, se convierta en el alimento de unos animales más agresivos que buscan devorar todo lo que se pueda consumir con sus dientes de oro y mandíbulas de diamante de sangre.

Este día (11 de Junio de 2009), a diferencia de otros, los medios han hecho a un lado su campaña de terror, por otra más efectiva, una campaña de pasión...verde pasión. Y gracias a eso el tiempo ,y la sangre...se detuvo.

Hoy nadie habló de batallas contra el narcotráfico, la única guerra que se libraba era en un rectángulo de pasto descuidado y frio. No se derramó sangre ni lágrimas, sólo sudor y frustración. Los únicos tiros que retumbaron en el aire fueron aquellos que dispararon, no unas ametralladoras, sino, un par de piernas temblorosas e inseguras.

En esta ocasión a pocos les interesó "el enemigo que está afuera" porque buscaban acabar con el enemigo que estaba "dentro de la cancha". Las calles, avenidas y transportes públicos sólo fueron testigos de solitarios pasajeros que incrédulamente pensaban: "ojalá así estuviera todos los días".

El silencio se apoderó de las edificios, casas y oficinas. Nadie hablaba, todos callados. Las diferencias de clases, que cada hora se van haciendo más notorias, importaron poco. Lo único que separaba a unos de otros, era el calibre en pulgadas de la pantalla del televisor. Pocas veces el "Mundo Feliz" de Aldous Huxley fue tan cercano a la realidad.

"El futbol nos ciega" dicen algunos que se muestran apáticos ante este deporte y que gritan a los cuatro vientos que sólo sirve de pantalla de humo; "tal vez siempre hemos estado ciegos y esto sólo nos lo vino a recordar" diría Saramago a esta ceguera verde.

Hoy, la única injusticia que se reclamó fue la de una tarjeta amarilla mal sacada. El único mexicano que nos importó, fue aquel que cayó por la fuerza inclemente de un extranjero sudafricano. El único tiro que nos sacudió el corazón, fue aquel que fulminó la portería del "Conejo".

Aunque "nacemos solos y morimos sólos", este día todos fuimos un ente de camisas verdes (inlcuidas las negras por eso de la discriminación) que cayó herido en la frontera de su portería y resurgió de las cenizas para cobrarle el ojo que su enemigo le hirió.

El grito de "gol" ahogó el de "justicia" en la plaza del zócalo. Noventa minutos pasaron y el júbilo terminó. La sangre volvió a brotar y el tiempo recobró su progresiva destrucción. Los muertos continuaron aumentando, el "hermano" que dos horas atras habiamos adquirido, volvió a ser el empleado inferior al que se le tiene que ver hacia abajo y no de frente como sólo dos horas antes lo hacía mientras vanagloriaban un gol.

Las lagrimas de una madre volvieron a ser grabadas mientras caían al suelo pidiendo justicia al lider del Estado por un hijo caido. Mientras él derramaba lagrimas de gusto por ver al enemigo caer ante sus guerreros. La vida le sonrió una vez más, al menos fugazmente.

Hoy, fue el día que México se detuvo...
...al menos por dos horas.